martes, 10 de marzo de 2009

LITERADURA

Hace años, influido por la literatura de Bukowski y de Boris Vian escribí un relato que ahora ofrezco mutilado:


Hay algunos cabrones que tienen suerte. Y no tienen suerte porque sean unos perfectos cabrones, son cabrones porque todo les sale requeteputísimamente bien, porque las cosas les funcionan hagan lo que hagan, tienen coches que te cagas y se follan a las mejores pibas a pesar de que son unos pichacortas y más feos que mi culo. Por eso son unos cabrones.

Luego están los que son cabrones y punto. Los que gustan de joder al personal por el mero placer de hacerlo. Pero esos son unos mierdecillas. De esos no mertece la pena hablar.

Una vez conocí a un cabrón de los de (la) primera categoría. Con pedigrí y pata negra. Y sí, quizá lo más asqueroso, lo que me debería dar que pensar, acabar con mis venas abiertas, es que yo le tenía envidia. Porque yo lo odiaba por todo lo que en el fondo yo quería ser y no era. Porque escribía peor que yo y era más valorado, porque vivía y tenía dinero para gastar en coca y en whisky de malta del mismo oficio que a mí no me daba para comprar un peta. Porque cada noche se la chupaba una zorra distinta y lo que de verdad le molaba era romperle el culo a un niñato tiernecito. Porque tenía más años que yo y todavía no peinaba canas. Aunque yo tampoco las peinaba, porque tenía menos pelo que el coño de una muñeca de trapo. Porque era una especie de Jaime Baily sin acento sudaca. Y joder, cómo odio a Jaime Baily. Y porque el muy asqueroso daba la impresión de que hasta su mierda debía oler mejor que la mía.

Así que lo maté.

Matar resulta más fácil de lo que la gente piensa. Sobre todo si lo haces con gusto. Si el odio ha llegado a calarte tan dentro que lo único que te pide el cuerpo es ver cómo la persona cuya existencia estás terminando pierde, poco a poco, su vida de mierda entre tus manos. Y la sensación que te queda es una especie de regocijo, de trabajo bien hecho. De orgullo de ti mismo.

[...]

Semanas después recibí la llamada de este editor. Me ofrecía la posibilidad de publicar una novela que se publicitaría como una ruptura con lo anteriormente escrito, como una promoción del género marginal. Hay que joderse. Lo que me estaba proponiendo era que me quedara con el hueco del cabrón al que me había cargado. Y claro, acepté. Porque soy un mierda, porque no tengo integridad. Porque carezco de los valores mínimos que le impiden venderse a la gente. Porque no tengo un duro.

Escribí la novela, sin mucho esfuerzo. Conté la historia de un fracasado que mata a un cabrón que triunfa por envidia. Una basura de novela. Pero funcionó, tuvo éxito. El éxito no quiere decir que me hiciera millonario, pero me dio algún dinero para gastar en putas y la mejor farlopa que me he metido en mi vida. Una noche se me acercó una rubia que conocía de vista, me sonaba su cara maquillada como un payaso, y sus tetas excesivamente perfectas para ser naturales. Me preguntó si yo era quien era. Y sí, lo soy, así que me ofreció una mamada gratis. Y todos los días tendría una, porque le gustaban los escritores. La hacía sentirse parte de la cultura. Entonces recordé súbitamente quién era, y de qué la conocía. Era un travelo que andaba mucho con el cabrón, que le compraba de vez en cuando unas papelinas para follárselo. Ya me la estaba chupando y, la verdad, no sentí asco, sino todo lo contrario. El puto se la comía de cine. Así que no le dije que parara. Ni siquiera le impedí que, después de correrme en su boca, cuando se despedía, me diera un beso de tornillo.

Al poco tiempo coincidí en una tertulia con un joven escritor, más polémico que virtuoso. Le gustaba provocar, meterse con todo el mundo, y cagarse en sus muertos a la menor discusión. Aquel día, como casi siempre, estaba tan borracho que apenas le entendía. Tampoco me interesaban mucho sus gilipolleces. Pero soltó el nombre del cabrón unido al mío. Dijo que de no haber muerto, yo no habría llegado a donde estaba. Que a él tampoco le importaría llegar así.

Hijo de puta, niñato borracho. Me di cuenta de que me había convertido en un cabrón con suerte, como el asqueroso al que me había cargado. Me había quedado con sus putas y sus libros. Le había robado su vida. Iba camino de robarle también su muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario