jueves, 30 de julio de 2009

ANTOLOGÍA DE POÉTICAS DE ANTOLOGÍA ( I )

"La poesía existe o no existe; eso es todo. Si es, es con tal evidencia, con tan imperial y desafectada seguridad, que se me pone por encima de toda posible defensa, innecesaria. Su delicadeza, su delgadez suma es su grande e invencible corporeidad, su resistencia y su victoria. Por eso considero la poesía como algo esencialmente indefendible. Y, claro es, en justa relación, esencialmente inatacable. La poesía se explica sola, si no, no se explica.Todo comentario a una poesía se refiere a elementos circundantes de ella, estilo, lenguaje, sentimientos, aspiración, pero no a la poesía misma. La poesía es una aventura hacia lo absoluto. Se llega más o menos cerca, se recorre más o menos camino; eso es todo. Hay que dejar que corra la aventura, con toda esa belleza de riesgo, de probabilidad, de jugada. Un coup de dés jamais n´abolira le hasard. No quiere decir eso que la poesía no sepa lo que quiere; toda poesía sabe, más o menos, lo que se quiere; pero no sabe tanto lo que se hace. Hay que contar, en poesía más que en nada, con esa fuerza latente y misteriosa acumulada en la palabra, debajo, disfrazada de palabra, contenida, pero explosiva. Hay que contar, sobre todo, con esa forma superior de interpretación que es le malentendu. Cuando una poesía está escrita se termina, pero no acaba; empieza, busca otra en sí misma, en el autor, en el lector, en el silencio. Muchas veces una poesía se revela a sí misma, se descubre dentro de sí una intención no sospechada. Iluminación, todo iluminaciones. Que no es lo mismo que claridad, esa claridad que desean tantos hombres lectores de poesías. Estimo en la poesía, sobre todo, la autenticidad. Luego, la belleza. Después, el ingenio. Llamo poeta ingenioso, por ejemplo, a Walter Savage. Llamo poeta bello, por ejemplo, a Góngora, a Mallarmé. Llamo poeta auténtico, por ejemplo, a San Juan de la Cruz, a Goethe, a Juan Ramón Jiménez. Considero totelmente inútiles todas las discusiones sobre el valor relativo de la poesía. Toda poesía es incomparable, única, como el rayo o el grano de arena. Mi poesía está explicada por mis poesías. Nunca he sabido explicármela de otra manera, ni lo he intentado. Si me agrada pensar que aún escribiré más poesías, es justamente por ese gusto de seguir explicándome mi Poesía. Pero siempre seguro de no escribir jamás la poesía que lo explicará todo, la poesía total y final de todo. Es decir, con la esperanza ciertísima de ir operando siempre sobre lo inexplicable. Esa es mi modestia".

Pedro Salinas en Poesía española. Antología 1915-1931.
(Editorial Signo, Madrid,1932)

lunes, 27 de julio de 2009

UN TIPO REVUELVE EL PATIO

Hay un tipo por ahí al que a alguna lumbrera (a la vista del resultado) se le ocurrió darle un micrófono, y desde entonces el tipo antedicho no ha parado de proferir soflamas de perfecta sintaxis y caótico (a la vista del resultado, esta vez propio y ajeno) contenido, de disparar cual justiciero carpetovetónico contra todo aquel que (según un arbitrio propio algo menos que desquiciado) desarrolla su actividad, preferentemente política, en desacuerdo con unas mentirosas libertades que, parece ser, nadie (o sí, Esperanza Aguirre) representa en el circo político como debiera. El tipo se llama, como ustedes ya habrán adivinado, Federico Jiménez Losantos.

Hubo en tiempo en que yo, movido de mi natural curiosidad, escuchaba parcialmente (en los pausas publicitarias de otros programas, de camino al trabajo) las invectivas del locutor (que no periodista) contra toda res publica. La cosa, no crean, tenía su gracia. Como dijo, si no me equivoco, Jordi Évole, el tipo es un humorista de primera. Si no fuera porque lo que hace no es humor, y porque al tipo en cuestión lo siguen a pies juntillas centenares de miles de personas, y muchas más que no le oyen comparten algunas de sus tesis conspiranoicas (sobre el 11-M) o apocalípticas (sobre la muerte de ESPAÑA, que se dice así, todo en mayúscula). Cómo será este tipo del que escribo que hasta la ultraconservadora Conferencia Episcopal (i.e. Rouco Torquemada Varela) le "invitó" a abandonar la radio donde trabajaba, la Cadena Cope. Pero como el tipo (a la vista del resultado, de su despido ahora) tiene posibles, se ha montado su propia emisora. Con un par.

Los objetivos de sus infestos dardos verbales eran, otrora, los nacionalistas, los jueces (en realidad el sistema judicial, así, en bruto) y el PSOE. Sobre todo, desde su llegada al gobierno, el presidente Zapatero. De lo que el tipo ha dicho quedan sobradas muestras, basta darse un paseo por la red. Pero resulta que de un tiempo a esta parte tampoco los del PP lo hacen bien, se están ablandando, o eso debe pensar el tipo Losantos. Piqué, Arenas, Gallardón, el mismo Rajoy; todos ellos han sido censurados (es un eufemismo) en boca de nuestro protagonista. Pero lo de estos días ha sido muy gordo. No sé si lo recuerdan: Aguirre (presidenta Espe) ha criticado la actitud de Rajoy (Mariano ¡Presidente!) por ordenar la abstención en la votación del nuevo sistema de financiación autonómica. Según ella eso es poco, había que votar en contra, que desde arriba se están ablandando. Y Fraga (ése fue presidente y más porque era -es- facha de carnet), le afea a la sobrina de Gil de Biedma la conducta. En auxilio de Esperanza, el tipo Losantos ensarta una serie de comentarios que dejarían asombrado a lenguas viperinas clásicas como Quevedo o Valle. Desde viejo chocho (con más elegantes términos) a facha recalcitrante (esto creo que lo dijo más o menos así). Y es que cree Losantos que Fraga no está legitimado para hablar de democracia, por su pasado (digo yo que como él, por su presente). O sea, que es como el chiste de mi amigo argentino, donde un cojo insultaba a un rengo porque no sabía andar.

Por eso digo que el patio anda como anda, y viene Federico (antes yo hablaba de Federico y todo el mundo sabía que me refería a Lorca, ahora... ¡ay!) a revolverlo más. Lo mismo, lo mismito, que el difunto su agüelico.

Ah, y se me olvidaba. También se ha metido con Aznar. Aunque bien leído, en eso igual tiene algo de razón.

lunes, 20 de julio de 2009

CICLISMO DE ALTURA

En su blog cada uno escribe lo que quiere: no me opongo, me parece tan lícito utilizar esta tribuna gratuita que las posibilidades de la red nos ofrece para -pongamos por ejemplo- hablar del último libro que se ha leído, de la última película que se ha visto o del último viaje que se ha hecho como -pongamos por ejemplo- para criticar los últimos fichajes del equipo rival, vociferar exasperado por la falta de la unidad de España o promover la última algarada antitaurina. Todo vale ya que somos auténticos dueños y señores de nuestro espacio virtual y, al fin y a la postre, a nadie le obligan a leer según qué excrecencias cibernéticas. Digo yo. Por eso, y porque me da la gana después de lo que vi ayer, hoy voy a hablarles de ciclismo. Del de verdad, del que ya no se ve. O se ve poco, sólo cuando corre Alberto Contador.

Resulta que en los últimos años el capo de este negocio (que él más que nadie ha contribuido a convertir en eso, en un negocio) había sido Lance Armstrong, un ciclista que había sufrido un tumor testicular y que se había sobrepuesto a tal adversidad (y fue muy popular por ello, todos tuvimos las pulseritas amarillas de su fundación contra el cáncer) para proclamarse siete veces consecutivas ganador del Tour de Francia. Un ciclista de otro planeta, sí; pero no un ciclista espectacular. Armstrong era muy fuerte en el llano, contra el crono, en la lucha del hombre contra los demás, pero no cuerpo a cuerpo. Por ello nunca se le vio un demarraje cuando la carretera se volvía empinada. Consciente de sus facultades (y de la ausencia de ellas) se rodeó de un grupo de gregarios que lo arroparon y lo cubrieron con estudios milimétricos de tiempo para sus posibilidades de triunfo final. En esto, obviamente, tiene mucho que ver su director Johan Bruynnel (un buen rodador que nunca es que destacase en ningún aspecto particular). Esa forma de correr, y sus repetidos triunfos en la grande boucle llevaron a algunos a compararle con Miguel Induráin. ¡Craso error! La forma de correr de Miguelón era, más que timorata o medrosa, como es la del americano, noble. Induráin no arrancaba sino que, una vez se apartaban los gregarios, imponía un ritmo endiablado sin levantarse de la bici que le permitía subir acompañado sólo de los mejores escaladores (y conste decir que Induráin se enfrentó con grandísimos ciclistas -Greg Lemond, a quien batió en el Tourmalet en el 91; Gianni Bugno, al que "dobló" en la contrarreloj de Luxemburgo en el 92; Claudio Chiapucci, al que venció en plazas como Alpe D´Huez y Hautacam; o Tony Rominger, que tuvo que "conformarse" con ganar tres Vueltas a España en las que no participaba el campeón español. Eso amén de los menores Virenque, Leblanc o Alex Zülle- a lo largo de media década de éxitos) en la montaña de grandes puertos míticos.

Porque ahí, y no en otro sitio, es donde está el espectáculo del gran ciclismo, ése que te hace levantarte de la silla de emoción, el que genera grandes campeones y, por supuesto, incondicionles aficionados. Mi primer recuerdo en ciclismo es Perico, Perico subiendo como una bala y bajando sobre el manillar de la bici. Y luego Álvaro Pino, Anselmo Fuerte y Lale Cubino. Pero sobre todo (quizá porque yo ya era mayor y lo disfrutaba más) el Chava, José María Jiménez, uno de los ciclistas más llamativos y -ay- desastrosos de los últimos tiempos. Irregular, como todo genio.

Pero hablábamos de Contador. Ése sí es un GENIO, con mayúsculas. En el ciclismo actual ya no se ven escapadas de cien kilómetros, ni diferencias de doce o catorce minutos, ataques que dejen sentados a los rivales mirándose y preguntando unos a los otros quién sale a por ese loco; ése que cuando la carretera se pone cuesta arriba, cuando los tantos por ciento de desnivel se miden a veces en cifras de dos dígitos y las piernas pesan como plomo, entonces, va sin cadena como un tiro, de pie con una cadencia de riñones endiablada y sin mirar atrás sin compañía (¿qué falta le hace?) y sin nadie que le haga el trabajo. El escalador puro que reivindica otros tiempos de deporte más noble, y más sacrificado, en el que la lucha más pesada no era contra los rivales, sino contra uno mismo y su fondo: el héroe de la épica frente a la adversidad, y como instrumento en lugar de una Tizona un arma de dos ruedas. Puro sufrimiento.

Y todo esto lo ofrece mejor que nadie un chaval de Pinto que se sobrepuso (sin pulseritas) a un cavernoma y ha sido capaz de ganar un Giro con la gorra después de que lo llamaran estando de vacaciones, de coronar el infernal Angliru y ganar la Vuelta (uno de los pocos que ha conseguido las tres grandes, lo que le equipara a Hinault o Merckx) y de dar un poco de espectáculo (¡y eso sí que es difícil!) en un Tour diseñado para la comodidad del redivivo (permítanme que me ría) Armstrong.

Contador, cuando la carretera se pone cuesta arriba ¡ole tus cojones!

viernes, 10 de julio de 2009

DÍAS BUENOS

Uno se pregunta de vez en cuando (y a veces con una frecuencia enfermiza, obsesiva) por la naturaleza y el origen de la felicidad. No es nada extraordinario, obviamente, desde que el ser humano es capaz de razonar y poner en orden ciertos pensamientos lógicos le ha asaltado la cuestión. Probablemente el punto de no retorno se encuentre precisamente ahi, en el hecho racional: el interrogarse acerca de determinados asuntos conlleva la duda sobre los mismos (id est, la posibilidad de no ser feliz; los seres no racionales lo tienen mucho más fácil).

Ayer no me tocó la primitiva; trabajé las mismas horas que todos los días (incluso alguna más); nadie me dijo te quiero... Y sin embargo esta mañana me sentía especialmente contento, me miré al espejo y me vi más delgado, asumí mis circunstancias como las mejores posibles y cuando, a media mañana, los alumnos me decían que la pasiva es más dificil si no se localiza el complemento agente, yo les expliqué con las mayores paciencia y ganas del orbe. He invitado a mi jefe a una caña.

Me resulta, en la cercanía y fuera de complejidades reflexivas, extremadamente complejo el funcionamiento de nuestra mente; sencillamente por qué unos días nos sentimos mejor y otros peor.