lunes, 9 de marzo de 2009

En el comienzo fue

Ser un discapacitado en materia tecnológica se va poniendo cada vez más difícil, tanto es así que (aunque uno -sin demasiado empeño a veces, otras con más- se resista, por romanticismo más de pose que otra cosa) rara es la persona que no mantiene una bitácora (o varias), un sitio web, o está en una de las múltiples y día a día más extendidas redes de amigos. Por supuesto, también todo ello a la vez, a lo que se puede añadir que sólo lee periódicos en su edición digital, no se comunica por escrito si no es por mail y cualquier otro ejemplo de análogas condiciones que al (virtual, por supuesto) lector de este texto se le pueda ocurrir.

Yo, todo hay que decirlo, voy sucumbiendo a los avances de la imparable red poco a poco, como a mi ritmo, y es más que posible que lo haga así por mi manifiesta falta de pericia; si bien tengo alguna curiosidad por según qué cosas, me suele ocurrir que tardo siglos en aprenderlas, y para cuando eso sucede han dejado de tener para mí el interés que suscitó su conocimiento. Disfunciones temporales.

Explicar la utilidad del blog es tan absurdo como innecesario. Creo que todos sabemos por qué existen, si bien haya discrepancias en cuanto a su funcionalidad. Por lo que respecta a su nombre, un amigo me dijo un día que los poetas poníamos títulos a los libros para tener algo que explicar en la contraportada. Como las pantallas en la contraportada no permiten la escritura, que cada quien piense lo que quiera de esta apertura de frontera.

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