viernes, 18 de febrero de 2011

CARTAS ANTIGUAS

Más de una vez he hablado aquí de mi afición por la comunicación escrita. De vez en cuando, sobre todo aburrido en algún bar, me da por escribir cartas que tengo la seguridad de que nunca serán leídas por sus supustos destinatarios. Casi todas van dirigidas a las mismas personas, aquellas con quienes alguna vez he mantenido una relación epistolar.

Hace un par de días, una de esas escasas tardes en que decido quedarme en casa en lugar de aumentar las arcas de mis sufridos taberneros, pasé horas revisando y releyendo antigua correspondencia, tanto física como virtual. Las sorpresas que me llevé fueron muchas, y no pocas veces teñidas de una desconsolada melancolía. Traje a mi presente palabras que encerraban para mí un significado apenas intuido o ya olvidado. Palabras de un otro ayer no por lejano menos intensamene vivido.

La primera colección de cartas que revisé fue la intercambiada con alguien muy, muy especial para mí, la persona con la que más y mejor he discutido de los más variados temas, en persona y por correo. Leyendo, me parecía tenerla delante, con su menuda figura casi siempre a punto de mandarme a la mierda, arqueando ostensiblemente la ceja para mostrarme su desacuerdo. Su voz levemente ronca, fruto de más de una noche derrochando vida en Lavapiés resonaba en mis oídos con cada frase. Carta a carta, desde 2005, fui recorriendo las distintas fases de nuestra historia común. Ah,y felicidades otra vez por el premio.

La segunda colección, menor en volumen y más reciente, pero también añosa, es bastante extraña. Su remitente es alguien a quien no he visto en persona nunca, pero con quien me escribí un tiempo tras conocerla a través de sus fotografías colgadas en internet. Tan exigua relación teníamos que le perdí absolutamente la pista tras un breve tiempo. No obstante esta escasa prolijidad, hay en todo lo que ella me escribía un dulzura que debe, obligtoriamente, esconder a un ser bello y delicado. Tras rastrear en su busca por internet descubrí que el año pasado había publicado un libro de poemas. No me extrañó en absoluto.

Hay otros epistolarios que dejo para mejor ocasión, cuando la pátina del tiempo me haya hecho olvidarlos parcialmente y puedas recuperarlos con la sorpresa de lo recién descubierto. Aunque hay cosas que nunca se borran, y por ello no pueden olvidarse. Ni volver a descubrirse.

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