sábado, 19 de febrero de 2011

BEBER, Y BEBER, Y BEBER

La ingesta abusiva de alcohol está comenzando a afectarme. Y eso es algo que, más que preocuparme, me fastidia. Es una incomodidad, además de una desilusión, puesto que la relación más duradera que he sido capaz de mantener en mi vida ha sido con las borracheras: ellas nunca me han abandonado y yo he procurado no serles nunca infiel.

Supongo que este romance tiene que ver con la más que equívoca idea que me hice siendo aún un adolescente de lo que significaba ser un escritor: vida disoluta (conseguido), versos (conseguido) sexo y conquistas (ay!) y melancolía a raudales (conseguido). Evidentemente, esta “idílica” imagen guardaba más bien poca relación con la verdad del asunto. Y uno se da cuenta de ello enseguida, no crean que el vínculo que me une con la realidad es tan inestable.

Sin embargo les decía que el alcohol comienza a afectarme. Movido por los últimos desengaños sentimentales (una excusa como otra cualquiera) naufragué las últimas semanas libando licores de diversa procedencia, procurando esquivar todo atisbo de consciencia y situándome en el borde del paroxismo. Del lado de allá. Esos días, de difuso recuerdo para mí, sorpresivamente fueron dejando estragos insalvables en mi cuerpo, como muescas en un ya arcaico revólver. Pérdidas de memoria, jaquecas interminables, desencuentros con violencia, pendencias, taquicardias, síndrome de abstinencia… Todo ello, bien es verdad, consecuencias lógicas y avatares normales asociados al reiterado consumo que han supuesto, empero, una insidiosa novedad en mi historial etílico. Me da por pensar (y no es nada agradable), que tendré que limitar, siquiera temporal o parcialmente, mi habitual copeteo ordinario.

Hace algún tiempo le dije a una chica que mi vida gravitaba sobre dos polos: el alcohol y la literatura. Inmediatamente reparé en que hice mal en no incluirla a ella en esa escueta lista. Quizá, de haber sido así, no habría vaciado tantas botellas. O sí, quién sabe, pero no las habría vaciado solo.

A lo mejor lo único que ocurre es que me estoy haciendo viejo. Pero eso, créanme, también es una putada.

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