jueves, 24 de febrero de 2011

EL ROLLITO VIRTUAL

Hace unos días volví a hablar con una de esas personas cuya relación se rompe por el silencio voluntario establecido tácitamnte desde las dos partes. Es una antigua compañera de mi época granadina, con la que mantuve una intensa pero muy efímera "comunicación". Lo cierto es que después nunca supe de ella, más allá de los habituales correos cruzados de rigor. Sin embargo, me sorprendió que ella estuviese al corriente de casi todas mis andanzas. Al preguntarle al respecto, ella arguyó amigos comunes, pero sobre todo hizo mención a las redes sociales.

Uno llega a preguntarse si es que existía el mundo antes de facebook. Del mismo modo que no nos explicamos cómo fuimos capaces de sobrevivir hasta hace poco sin teléfonos móviles, ahora el interrogante es cómo distraíamos nuestro tiempo e informábamos al mundo de nuestras sensaciones sin el socorrido soporte cibernético. Y a mí, qué quieren que les diga, romanticismos aparte, este chumineo me está empezando a cansar. Me explico. Si durante un tiempo fue gracioso el tener a doscientas o trescientas personas pendientes de lo que uno publica o no, de un tiempo a esta parte que la gente (virtualmente y físicamente) se permita el lujo de juzgar lo que haces, con quién andas, establecer cábalas o hipótesis de dónde estuviste en determinado momento y con qué compañía, interpretar (la mayoría de las veces de modo erróneo) cada una de las palabras que salen de tu teclado (como si no supiesen que uno anda diciendo pamplinas la mayor parte el día, eso cuando está sobrio) empieza a ser tan molesto como una avispa en la bragueta. Claro, dirán ustedes que eso tiene fácil solución, con no participar de este público circo lo tiene uno todo arreglado. Y yo les daría la razón. Con la salvedad de que a ver entonces con qué gilipollas me meto yo en estos articulillos. Y cómo mi amiga se iba a enterar de todas mis (mal)andanzas.

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