martes, 14 de septiembre de 2010

EPÍSTOLAS Y EPISTOLARIOS

Madrugar, de vez en cuando y según para qué cosas, puede significar recabar satisfacciones más allá del sempiterno y mentiroso (pues nacido de los resabios de la asquerosa moral juedocristiana que aún atenaza nuestro comportamiento otra cosa no podía ser) refrán relacionado con la ayuda divina. La dimensión o el alcance de esas satisfacciones son, recordarlo es una obviedad, de diversas magnitudes.

Hace unos días (cuatro o cinco días) me desayuné (es un decir) con la noticia de la publicación por parte de la editorial Galaxia Gutenberg del epistolario amoroso de Jorge Guillén, el más "cósmico" (y me encanta discutir sobre esto) de los poetas del 27, cuya destinataria era la que sería su esposa, la francesa Germaine Cahen. Tengo una debilidad histórica con las colecciones de cartas, donde creo que se descubren aspectos de la personalidad imposibles de rastrear en otros escritos, ni siquiera en las memorias o autobiografías; por una sencilla razón, y es que la epístola es, en principio, el único género que acaba siendo público por accidente, no cuenta desde su concepción con la vocación de lo eterno más allá de los ojos de la persona a quien está dedicada, la cual en muchas ocasiones habita tan dentro de nosotros que es la única a la que podemos dirigirnos desnudos sin temor a ser rechazados, sin más artificio que nuestra propia retórica personal,que al fin somos nosotros en origen, pues no hay disfraz posible para con quien queremos amar y demostrar toda nuestra pureza. Al escribir una carta renunciamos a ser quienes debería la apariencia anunciar, y sólo somos en la palabra y la memoria del lector, que construye su visión como si nuestro eco dibujase cada rasgo evocado por las letras. Decimos, y en tanto que lo hacemos acariciamos, movemos al recuerdo y, si se cumple por completo el objetivo, nos entregamos al dulce servicio de la necesidad, que no por lejana es incumplida. Si acaso, mal menor, más deseada.

Hay otro tipo de cartas, también personales, pero de otro tipo, más amicales. Yo he recibido hoy una de esas, desde Sevilla, que pasará a engrosar la cada vez más llena pared que hace falsamente cosmopolita mi dormitorio, con las postales de los viajes de mis amigos.

Pero hay colecciones de escritos que encierran toda la historia de amor que no cabría, por mucho que se apretase, en el repertorio de besos dados. Ni siquiera incluyendo los que no se dieron.

No hay comentarios:

Publicar un comentario