lunes, 30 de noviembre de 2009

BARES LOW COST

La acuciante situación de crisis financiera mundial que vivimos ha dado lugar a que algunos comerciantes hayan pensado en reinventarse de algún modo para no ver extinguidas sus ventas. En primer lugar, obviamente, han sido aquellos cuyos productos son menos necesarios y más prescindibles los que han dado el paso de abaratar los mismos en aras de la perpetuación del mercado. Así, desde antes de que la recesión mostrara sus más duros perfiles, existían ya compañías de viajes low cost, quienes mediante un sacrificio necesario de las comodidades, los materiales y los servicios, nos llevan a casi cualquier parte del mundo por irrisorios precios. Del mismo modo, proliferan cada vez más y en un sector cada vez más amplio los denominados Outlet, tiendas donde podemos adquirir prendas de primeras marcas rebajadísimas, siempre y cuando no nos importe que la ropa pertenezca a colecciones de la temporada anterior.

El sector del ocio y la restauración no ha permanecido impasible ante estos nuevos métodos estratégicos de venta. A las ya conocidas happy hours, los dos por uno, las noches temáticas o las fiestas universitarias, los restaurantes en el último año han dado una vuelta más de tuerca, sorteando cenas entre los asistentes cada noche, creando menús ad hoc donde el cliente decide cuánto va a pagar por cada plato y, en definitiva, arriesgándose en promover nuevas iniciativas que salven en cierto modo un negocio amenazado casi siempre.

Sin embargo lo que vengo viendo en el bar de al lado de casa me deja perplejo. Un bar que es como un todo a cien, el propio nombre del establecimiento lo deja claro: Todo a 90 céntimos. Al igual que en las exclusivas discotecas existe una consumición mínima de, digamos, 15 euros (botella de agua: 15, Heineken:15, cubata:15) en este bar todo vale al precio que se indica. Que te pides un cortado, 90 cents.; que te pides una caña, 90 cents.; que te pides un Cacique con cola... 90 cents.

El bar en realidad es una crepería, pero fuera de las horas de merienda (que en España están devaluadas, son un poco las horas de la basura, ni chicha ni limoná) se llena de estudiantes y gente joven corta de pelas. La decoración y el servicio son low cost también, pero qué quieren a ese precio. Supongo que trabajándose un poco la clientela podrían conseguir que no sea un lugar de peregrinaje para adolescentes precarios, sino una especie de símbolo de la democratización de la bebida. Desde luego, como alternativa al botellón no tiene precio. Pero en este caso concreto es imposible, porque dan desayunos desde las seis y media de la mañana, así que cierran temprano.

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