martes, 25 de junio de 2013

CONSEJOS VENDO

Aquellos que me conocen saben del desprecio que me producen los moralistas, de cómo huyo de cuantos pretenden convencerme de que su estilo de vida es magnífico y saludable o de que debo mudar mis hábitos y comportamientos en virtud de no sé qué teoría salutífera. Saramago decía que estaba harto de que le dijesen que debía hacer ejercicio, cuando nunca había escuchado recomendar a un deportista que leyese un libro.

Lo cierto es que el mundo está lleno de talibanes del "bien faire" que se arrogan la potestad no sólo de juzgar tu comportamiento (que al fin y al cabo se me da una higa) sino de darte el coñazo insistentemente para que les hagas caso, y te adaptes a los parámetros que la sociedad respetable considera como ídem. Como si uno careciese de elementos de discernimiento y herramientas propias para construirse su propia escala de valores y actuar en consecuencia. Sin embargo, a veces uno recibe palabras que le reconcilian con el mundo, y con los seres que lo habitan. Palabras que te hacen todo más fácil, más comprensible, más llevadero, y que (aun siéndolo) no te suenan a reproche; más bien te hubiera gustado pensarlas a ti primero. Por eso transcribo las que he recibido hace poco, palabras de alguien que está lejos y me quiere, a su modo.

"[...] Debes salvarte con la literatura. Vuelve a leer, hártate de leer. No malgastes la vida en conversaciones absurdas con tipejos absurdos y olvídate de las noches que no sean inolvidables. Empieza a contemplar la posibilidad de un exilio interior, sé un Aleixandre sampedreño. Y sobre todo escribe, como recuerdo que hacías no hace tanto tiempo, como en Madrid: cómprate tu botella de vino, ponte tu música jazz y dale duro... Así en menos de lo que te esperas, en apenas unos meses, volverás a ser el mismo, el de entonces; aquel de quien yo me enamoré". A veces da gusto recibir consejos. Y ser obediente.


viernes, 21 de junio de 2013

UNA DÉCADA PRODIGIOSA

Mi biblioteca, como algunos lectores ya sabrán, porque me refiero a menudo a ello, es un totum revolutum que más de una vez ha amenazado con fagocitarme, de donde saco la idea de que tiene una vida propia, o cuando menos cierta conexión profética que gusta de aliarse con el destino para modular a su antojo mi comportamiento (y no solo el lecturario). Tanto es así que en los últimos tiempos me acerco a ella sin idea de lo que voy a leer: es la propia biblioteca quien me escupe los libros a la cara, y claro, ¿que puedo hacer yo contra tan maligna pulsión? Esta mañana ha vuelto a suceder. Para bien, en principio. Después de algún considerable tiempo (siempre demasiado) volvía a leer poesía. Acaricié el lomo de varios poetas dispares que se abigarran en la estantería sin más orden ni concierto que el de su propio arbitrio (la biblioteca tiene conciencia, pero no es escrupulosa, y entiende de mestizajes): Blas de Otero, Rimbaud, Gerardo Diego, Petrarca... y como por azar, aunque yo sé que no es así, llego a un libro de la editorial Hiperión de inconfundibles tapas anaranjadas, algo ajadas por el tiempo. Es un libro de Benjamín Prado, "Ecuador (poesía 1986-2001)". Lo abro con la certidumbre de que sus palabras, como siempre han hecho, despertarán en mí esa mezcla de admiración, sorpresa y envidia a la que el novelista, poeta, ensayista... me obliga en cada lectura. Pero no puedo pasar de la primera página. Quedo anclado en la fecha de adquisición: enero de 2003. Más de diez años. Una década. Durante la carrera yo había tenido como `profesor al poeta Antonio Jiménez Millán, y gracias a él conocí a Benjamín Prado personalmente (un estrechar la mano, un par de frases corteses) y como escritor (su primera novela, "Raro", sus ensayos "A la sombra del ángel" -que cuenta sus trece años junto a Rafael Alberti- Y "Los nombres de Antígona", su poesía...). Luego vendrían otros libros y otros encuentros, pero me interesa quedarme en ese 2003 y en ese deslumbramiento. Porque el tiempo nunca guarda la costumbre del azar. Son diez años en los que podría cifrar el nacimiento de mi conciencia a través de los acontecimientos que han ido jalonándola. Y que bien pensado, es más o menos la historia de todo quisqui. Pero como es la mía, es la que más me importa. Egoísmos que tiene uno. Fin de carrera, mundo laboral, tres cambios de residencia y tres ciudades, cinco libros publicados, amores y desamores, familia que crece (y decrece, ley de vida) algunos aprendizajes más y muchos errores repetidos. Más de 3700 días que se han ido agarrando y despegando de las que fueron mis distintas pieles. Muchos besos (muchísimos) y muchos versos (aún más)que encerraron en su momento el sabor de una ilusión y, en no pocas ocasiones, acabaron derramando en mi boca la hiel del fracaso. ¿Como pueden haber pasado diez años desde que compré este libro? ¿Cómo ha transcurrido entre ese momento y éste, en que lo sostengo entre mis manos, una década prodigiosa?