jueves, 29 de marzo de 2012

LA PEREZA

En un día en el que se espera que mayoritariamente la gente huelgue, es decir, no trabaje, la idea que me pasa por la cabeza no tiene que ver con el porqué de este comportamiento. Dejo para sesudos analistas, destacados politólogos y agudos tertulianos el honor de ese descubrimiento. Yo pienso en las bondades de la vida contemplativa.

Identificada erróneamente con el recogimiento monástico cristiano, es en realidad el filósofo judío Filón quien habla por vez primera de los ascetas que se dedican seis días de la semana a la contemplación y el séptimo a la interpretación alegórica de textos sagrados. Lato sensu, y merced a algunos profesores chisposos, el concepto se ha asociado a la vagancia estudiantil, esto es a no hacer nada.

Algo que siempre me ha molestado sobremanera es perder el tiempo, y sobre ello hablé en mi último post. Quiero decir que todos deberíamos aprovechar cada momento para recrearnos en aquello que nos ocupe, bien sea obligatorio o escogido voluntariamente. Y esa extraña raza de personas que disfrutan y se regodean no haciendo nada han provocado históricamente en mí no sólo desconfianza sino incluso desdén, cual parásitos de la felicidad, improductivos vagos de solaz propio. No estoy hablando de esa rémora de la moral juedeocristiana que es la cultura del esfuerzo y el trabajo. No. Es otra cosa.

Me sorprendo, pues, queriendo tumbarme en mi sofá para pasar horas mirando al infinito color crema de mis paredes.Vagueando. Yo, que siempre, había creído que mi pecado capital era la lujuria. Siento pereza. Curiosamente, no es la astenia. LO repito. Es otra cosa.

Ah, una curiosidad etimológica: huelga es el sustantivo derivado del verbo holgar, que comparte raíz con su primo folgar, que significa tener ayuntamiento carnal. Follar y no trabajar. Ea.

lunes, 12 de marzo de 2012

SOBRE LA CARESTÍA DEL TIEMPO

Pedro Salinas sabía mucho de muchas cosas. O quizá no fuese así, pero al saber expresar sus pareceres con una meridiana claridad, con una escueta y sencilla elegancia, con sobria perfección, nos da la impresión de que cada una de las cosas sobre las que escribe no guarda el mínimo secreto para él. Es la ventaja de articular tan maravillosamente el pensamiento.

Pedro Salinas sabía mucho, estoy seguro, de poesía. De poesía y de amor. O de poesía, de amor y de tiempo. Seguro que sabía muchas cosas de El Tiempo. En su ensayo "El defensor", escribe muy acertadamente acerca de ello, de cómo todo el mundo va con prisas a todas partes, e incluso en el mayor de los disparates alega ufano para no hacer algo "que no tiene tiempo de nada". Para el gran poeta, esa y no otra es la mayor de las desgracias.

Que yo no sé ni la décima parte que Pedro Salinas de casi nada, y menos aún de amor o de poesía, es una obviedad a la que cualquier Perico Pérez puede llegar sin demasiado esfuerzo. Pero sí sé de tiempo, y de su falta, y de la desgracia que ello supone, del tremendo bocado de insatisfacción que se te agarra cuando ves que no haces todo lo que desearías, y que uno tras otro van cayendo días sin que tu agenda se desinfle.

Caigo en esta reflexión porque me doy cuenta de que hace nueve meses que no actualizo el blog. Y no, no es que haya estado de embarazo. Simplemente es que (ay!) carezco de tiempo.